Por Dominga Valdez

Continúan las personas perdiendo su tiempo, con resentimientos y enemistad entre hermanos, padres e hijos, madre con hijas, vecinos y vecinas, primitos hermanos, colega, compadres, compañeros de trabajo, hermanos de padres o medios hermanos, amigos de infancia, del barrio, del pueblo, comadres entre sí.

Continúan peleándose por tonterías y disparates sin sentido, ofendiendo a sus vecinos, sabiendo que es el familiar más cercano que tenemos.

Siguen un montón de gente, recordando vainas del pasado, ofensas simples, chismes baratos entre familiares y amigos por el rencor que no sepultan.

Y la vida pasando, los años haciendo estragos con su salud, la muerte rondando buscando a quien llevarse sin contemplación.

Pasan instantes que nadie pidió perdón, abrazos que no se han dado, nadie quiere ceder, los mata el pendejo orgullo que finalmente no compone nada.

Reitero, tan frágil la vida donde la perdemos en un abrir y cerrar de ojos.

Y luego la lloradera en las funerarias, los remordimientos y los cargos de conciencia que no les permiten vivir en paz por el resto de sus vidas.

Perdonar para sanar, suelten esas cadenas que pesan al arrastrar el rencor.
Perdonar para ser feliz
Perdonar y aprender.

Pedir perdón si es necesario.
Ahora lees estas letras, quizás en la tarde no exista uno ya.

Todos somos seres imperfectos, pero capaces de amar y ser mejor cada día.

El amor todo lo compone.
El rencor ata y daña tus órganos y tu vida, que es lo más valioso que uno posee.

Al zafacón ese odio del ayer, nada se gana con ese sentimiento tan feo que corroe el alma y desgasta la existencia.

Muy frágil es la vida.

Es saludable caminar ligero de rencores.