Es un gran deseo, que esta Pascua sea muy parecida a la primera, donde la vida fue tocada de forma muy plena.

La Semana Santa del año pasado se sentía en la propia piel algo muy parecido a lo que suponemos que fue la primera, dolor, tristeza, soledad, oscuridad, temor, confusión. Era la noche en pleno día.

En este año algunas luces van iluminando, y al parecer, la vida va resurgiendo y desde el fondo de la cueva, se remueve la piedra y brota la vida, una vida frágil y fuerte, una vida con oportunidades y amenazas, en fin, brota la vida como señal de que la fuerza de la misma, sostiene y germina toda la creación.

El evangelio de Juan 20,1-9 nos cuenta el acontecimiento de la resurrección

Una vez transcurrido todo el momento duro que va desde el jueves santo, donde el Maestro Jesús, celebró la cena de despedida con los amigos y amigas, allí, se invita a expresar la humildad como estilo de servicio, con el gesto de lavar los pies, se comparte el pan como un símbolo de encuentro, del derecho a tener pan que tienen todos los seres humanos, y una gran invitación a vivir desde el amor fraterno.

Al salir de ese lugar, inicia el otro capítulo de la historia, viernes, con la cruz y toda la crueldad que sigue significando hoy día, y todos los crucificados que siguen cayendo en la historia hoy día; luego de la cruz, llega el silencio del sábado santo, y es silencio porque en la cultura judía, el sábado no se hace nada que signifique trabajo, en ese entonces fue todo silencio.

El evangelio de Juan nos cuenta que, el primer día de la semana, es decir, el domingo, primer día, pues en la cultura judía, el domingo es como el lunes en otras culturas, muy temprano, ya que ha pasado el descanso del sabat o sábado, las mujeres van a realizar el trabajo de embalsamar el cuerpo del maestro, era un rito de la cultura.

La vida resucitada descoloca lo razonable y la costumbre

María Magdalena va al sepulcro, era oscuro todavía, y vio quitada la losa, en Juan 20, 1, se ofrecen unos detalles que aparecen aquí como son: la oscuridad y el que una mujer o unas mujeres vayan a realizar el rito de embalsamar el cuerpo.

La oscuridad, todavía habita en el corazón y en la vida, sin embargo, se hace necesario atravesarla para poder pasar a la luz, y esa luz inicia con el movimiento de la losa, precedido de lo anterior. Mover la losa de los egos, de las injusticias, de la falta de vida buena.

En un mundo donde los hombres llevan la delantera en todo, son las mujeres que van primero tras la vida, y luego de encontrarla, entonces ellas van a los hombres, y es lo que Juan 20, 2 nos muestra al decir que, la mujer fue corriendo a ver a Simón Pedro y al otro discípulo y le dice: se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto.

Es una vida nueva que, busca hacerse presente de forma equitativa, se hace necesario unirnos en esa búsqueda de la vida, de esa vida donde brota la novedad, que presenta la fuerza de la plenitud, que muestra una luz que traspasa todas las oscuridades como señal de resurrección. En ese sentido, se descoloca la razón, dando paso a la integración y la fuerza que trae la vida nueva.

Llegar a la vida atravesando los muros del ser

El camino de Pedro, Juan, María Magdalena y las otras mujeres, tuvo que superar los propios miedos, sus propios muros encubiertos, ellos y ellas han tenido que vencerse a sí mismos, para poder abrirse a la nueva vida y todo lo que ella trae.

Al hacer este proceso, pueden ver los lienzos y la piedra removida; al parecer para abrir algo nuevo, es importante quitar la vieja vestidura, mover muchas piedras, esas piedras que entorpecen, y que, en algún momento son estas piedras las que van a permitir construir lo nuevo, y es ahí donde se da el espíritu resucitado.