Por Estela Brioso Mejia

Al iniciar un nuevo año, casi siempre nos hacemos muchos propósitos y planes para desarrollarlos en el trascurso de los doce meses. Y a veces, esas metas van más hacia el plano externo que a un trabajo interno de crecimiento integral, donde todas las áreas del ser se vean involucradas.

El año 2020 ha iniciado con mucha fuerza, el comienzo  de una nueva década del siglo XXI,  nos va diciendo cosas, no sé si todos y todas estamos atentas/os a estos mensajes, a nivel de salud, de necesidad de gestionar la paz interna, social y mundial, de los cambios climáticos y nuestra reconciliación con la tierra, de lo efímera que es la vida, en fin, son muchos mensajes.

Vivimos en el no saber

Tomar conciencia y abrirnos a algo mayor, ha de ser un desafío para cada ser humano, pues al fin de cuentas, vivimos en el no saber, es decir, ni siquiera sabemos que va a suceder cinco segundos después, sin embargo, “ni un cabello de su cabeza se cae sin que lo disponga su creador” Lucas 21, 18. Por lo visto, yo no lo sé, pero si hay alguien que lo sabe.

Y por más que se planifique, que es necesario e importante, hay cosas que se salen del plan. De  modo que, se abre un llamado a una conexión mayor y mejor cada vez más, pues es lo que nos ayudará de una u otra manera a ir encontrando el sentido individual y colectivo, en medio de realidades que a veces, caen en el sin sentido.

¿Qué es la plenitud?

Desde la visión de los indios aymaras de los Andes, la plenitud lejos de centrarse en la riqueza y acumulación de bienes materiales, se refiere a la felicidad y bienestar que va más allá de lo pasajero y temporal, la plenitud es algo que trasciende, que vincula con la abundancia, la luz y la capacidad de aprovechar todas las cosas recibidas y conectar con el creador de todo.

Desde el mundo bíblico, muchas cosas quedan vinculadas con la plenitud, y al fijar la mirada en el texto de Juan (10,10) “He venido para que tengan vida y vida en abundancia”, puede ser una buena plataforma para centrar la integridad, desde la vida en prodigiosidad.

Leonardo Boff, en su libro el cuidado esencial,  dice: “el cuidado forma parte de nuestra esencia y cuando se pierde esa capacidad de cuidado, dejamos de ser humanos”. Desde ahí, se puede medir la plenitud, como la capacidad de cuidar y cuidarnos, de sentirnos y sabernos en bienestar.

El cuidado se vincula con la plenitud en el sentido de ser y hacer, en los sueños de lograr la mejor versión de una  misma/o para avanzar.

Llamados a vivir la  plenitud

Vivir bien es poder aceptar, pensar, trabajar por algo más de lo que simplemente se ve, de lo que va más allá, y trasciende nuestro ser. El llamado a vivir bien tiene que movernos a dar un paso que va más lejos, y con ese ejercicio, empezar a abrir el corazón, la mente, a soltar creencias y carencias que nos pegan desde el ego a lo más miserable que podemos tener.

Vivir en plenitud, es vivir desde la simplicidad de la vida, desde la profundidad y sabiduría que nos viene del amor y la gratitud, nos dinamiza desde la aceptación de la realidad tal como es, no como yo quisiera que sea.

Por eso, al tomar conciencia de la brevedad de la vida, de la vulnerabilidad que nos habita; el llamado es  conectar una vez más con la esencia, con la fuerza y capacidad de rehacernos, de vivir desde la sencillez,  las grandes profundidades, es un llamado a vivir sin esclavitudes, sin opresiones, sin lealtades enfermizas; vivir así, es vivir plenamente, es dejar ir aquello que ya no me sirve para más, que ya cumplió su propósito en nuestras vidas.

Vivir desde la plenitud,  es comprender que no es necesario vivir apegado a cosas sin sentido, a estar en una postura de una fragilidad aparente que da libertad, que permite cerrar capítulos abiertos por años, es empezar el viaje de la vida con el boleto del amor.