Por Estela Brioso M.

En este mes de febrero se unen varias conmemoraciones, en muchos lugares se ha celebrado el día del amor y la amistad, el inicio del tiempo de cuaresma y en otros lugares también se conmemoran en este mes las fiestas patrias y carnavalescas.

Unificar ideas, pensares y quereres no es un ejercicio fácil, sin embargo, la unidad es una vía que nos lleva por caminos que conducen a la paz que, junto a la felicidad, suman dos grandes deseos, necesidades y búsqueda de la humanidad. Aun, a través de las acciones más atroces que se pueden dar en la conducta humana, parece que el ser humano aspira a sentirse en bienestar, aunque, a los ojos de otros, el fin no justifique los medios.
Tomamos en esta reflexión lo concerniente a la celebración de la amistad, como punto céntrico de fraternidad.

Viralizar la fraternidad lleva a crear caminos de paz

La fraternidad, del latín “frater” significa hermanos, y en ese sentido nos recuerda la dimensión de hermandad que compartimos los seres humanos, pues desde el origen de la creación todos venimos de una misma raíz. Al mismo tiempo la fraternidad es un valor que no sólo se corresponde a los humanos, el mismo se puede extender a toda lo creado. Es la propuesta que desde el siglo XII nos mostró Francisco de Asís, al llamar hermana a todas las cosas, desde los animales hasta la tierra, desde los minerales hasta el sol. En fin, vio un hermano en todo.

Es un buen acto viralizar la dimensión de la fraternidad, renovar los lazos de hermandad, pues hoy más que nunca como humanidad necesitamos mirarnos como miembros de una misma especie, hijos de una madre común, y habitantes de un mismo hogar. De seguro que muchas cosas cambiarían en cuanto a las relaciones, se instaurarían mayores niveles de amor, respeto y consideración para todos.

Elementos que nos permiten cultivar la fraternidad hacia una cultura de paz

  • Establecer el respeto a las personas y a todas las cosas creadas.
    – Cultivar la aceptación frente a la diferencia de las personas, tal como son y no como me gustaría que ellos sean.
    – Reconocer que todos tenemos derecho a ser y estar.
    – Cultivar la educación en las relaciones interpersonales, con sencillez y naturalidad.  –  – Usar palabras sencillas, pero profundas como gracias, por favor, disculpa.
    – Practicar la acogida, la gratificación, la solidaridad, la sensatez.
    – Usar la asertividad como un medio de mantener relaciones humanas saludables.
    – Sé tú mismo, diáfano, veraz, auténtico, consecuente.
    – No permitirse doblez, falsedad, mentiras, máscaras, o doble cara.
    – La convivencia verdaderamente humana y la más propia de una comunidad se edifica sólo por y sobre la verdad.
    – Compartir las alegrías y las tristezas como propias, fraternizar con el otro u otra, establecer lazos de solidaridad.
    – Procurar amar sin limitaciones, sin exigir respuestas o devuelta de lo que haces.
    – Amar verdaderamente.

Cuando veo a los otros seres, humanos, vegetales, animales y minerales como parte de un todo, desde una mirada más amplia y fraterna, entonces, me inscribo a crear en cada acción eso que tanto buscamos y necesitamos, la paz y hacemos de ella una cultura.

Es muy importante recordar que la actitud de apertura garantiza relaciones fortalecidas, inspira y mueve hacia la acogida respetuosa y confiada de la otra persona. A su vez, nos ayuda a tener gestos de caridad con aquellos que, como nosotros, buscamos algo distinto a lo que vivimos, buscamos paz; y aunque no parezca cada acto de caridad o amor nos permite ser más sensibles, compasivos y misericordiosos.

Nuestro mundo, pequeño o grande reclama por doquier una generación distinta, una vida plena, y unas relaciones centradas en el respeto, el amor y la gratitud. De seguro, que cuando vayamos desarrollando la capacidad de ampliar nuestra mirada, empezaremos a notar pequeños cambios que nos permitirán ver y disfrutar de la tan soñada paz y fraternidad.