Un año llega al final,
con él se marchan recuerdos
de momentos placenteros
que asomaron al umbral
de la dicha temporal,
de la alegría pasajera,
fugaz como una quimera,
con la magia del momento,
llenándonos de contento,
como inmortal primavera.

Otro año se aproxima,
y vuelven las esperanzas,
retornan las enseñanzas
tan ricas como las minas,
de sensación muy divina;
y así como el año viejo
se cambia por otro nuevo,
también nos lleva a pensar,
nos mueve a reflexionar
de lo inútil del apego.

Nos muestra que el horizonte
es un límite ilusorio;
los estorbos, transitorios,
vienen y se van los males;
los deleites, temporales,
como espumas de los mares.
Quiera Dios que el año entrante,
la fe siempre nos conduzca,
que cada mañana luzca
como un día de sol radiante.