Por Dominga Valdez 

Republica Dominicana – 6 de enero 2018

Realmente esperar el Día de Reyes en nuestros barrio, nos producía una gran ansiedad, todas nos preguntábamos ¿Qué nos dejarán los Reyes Magos?

Al transcurrir de las horas ya con varias mentas verdes compradas, vasos con agua, cigarrillos Marlboro, casino, Constanza y la mencionada yerba bien fresca y verdecita, poníamos todo esas condiciones debajo de la cama, después a dormir sin sueño, sino los reyes no pasarían repetía mamá todo el santo día.

Mamá nos llevaba en algunas ocasiones a la casa del extinto presidente doctor Joaquín Balaguer, a buscar algunos juguetes, una mala noche, largas filas, empujones, cuentos, turnos vendidos, mientras avanzaban las horas de aquellas estampas que nos empobrecían más mentalmente, experiencia tan frustrante porque al llegar a la puerta de la casa del doctor, sentado allí con su hermana doña Emma Balaguer de Vallejo, de corazón noble según mamá que les lavaba las camisas del esposo, algunos niños no obteníamos el regalo deseado, sino el que los generales nos pasaran, allí nunca me dieron la muñeca grande de pelo dorado con su biberón al lado, cuanto sufrí.

Por fin amaneció, también siempre soñé con una bicicleta, me regalaron un juego plástico de cocina rosado, era grande eso sí, pero lloré tanto que jamás quise volver a la entrega esa de juguetes donde el sabio gobernante, que comprometía a esos padres para asegurar su voto “colorao” a la vez que los padres les pasaban cartas con pedidos especiales, imaginaba que no escuchaba nada cuando algún papá le decía algo al oído, era muchos gritos, imposible que el doctor entendiera nada, pero movía su cabeza diciendo que sí a todo.

 

Gracias a Dios mi madre desistió de esos viajes a la Máximo Gómez, a recoger un simple juguete, mi hermano Ranin y yo nos dormíamos en sus piernas frente a la clínica doctor Yunen, ella no pegaba un ojo y nos llevaba pan con salami por si atacaba el hambre a la medianoche, nos compraba té de limoncillo y jengibre que vendían al igual que café y empanadilla fría.

Pasaron los años y en casa mi hermana María, se encargaba de coger juguetes “fiao” donde el árabe Papito en la Avenida Central, del Ensanche Espaillat y logré tener por fin en mis brazos, aquella ansiada muñeca con pelo y ropitas, mis amigas me llamaban temprano para ver qué nos habían dejado a cada una y jugar el día entero, cocinar en los jueguitos de cocinas de hojalatas muy filosos por cierto.

Nana, presumía de sus juguetes favoritos y su sombrilla, Monín bajaba con su muñeca grande para enseñarla y echarnos vainas. No sé para qué alguien me dejó lápices y cuadernos, creo que Miledys Rivera, mi amada vecina del tercer piso, que (EPD).
No olvido aquellos niños que no les dejaron reyes, sus caras llorosas me entristecía también, quedaban rotas sus ilusiones de tener sus reyes, las alegrías morían esa mañana en las humildes casas de tantos niños.

Ese Día de Reyes, olvidábamos comer, mientras los varones estrenaban sus bates, pelota, pistolas de agua, ping pong de madera, nosotras en cualquier piso jugando “Jack”, yo campeona en recogida para “foni uno”, “Gingin”, también era dura jugando.

Ese mismo día 6 de enero en la mañana subían padres de La Ciénaga, a rematar para la avenida Duarte y en la 17, los juguetes que sobraron, para borrar las tristezas de sus niños que no entendían que eran muchos hijos y habían poco dinero para comprarlo en la fecha indicada, día que los vendedores abusaban.

Que hoy todos los niños del mundo tengan sus juguetes, aunque sean baratos, eso es lo de menos, pero que sean felices y no despierten sin nada, eso no se olvida nunca.