Fuente: culturacolectiva.com

Por: Kate Nateras

«Siempre sé tú y libre», me dijo mi padre ✨

Mi papá no es un hombre mimador ni positivo como otros; no es religioso y tampoco conformista, mi papá no es extravagante y mucho menos lujoso, no es tranquilo ni paciente. No es perfecto y tampoco tiende a respetar las reglas. Mi papá, más bien, es rebelde y despeinado; es melancólico y es sensible. Mi papá es sarcástico, cínico y también muy sabio, sereno pero también ansioso; es sincero y es directo, a veces es hiriente y otras se arrepiente.

Mi papá es alto, con pecas que le han invadido el rostro y ojos pequeños que le adornan, en ellos lleva los caminos de la edad o, como odia que le digan, arrugas; tiene un cabello negro como la misma noche y ondulado como la vida, es blanco como un copo de nieve aunque cuando se sonroja, se hace rojo como el fuego intenso. Mi papá no usa traje ni corbata, sólo botas y pantalones negros que hacen juego cuando los combina con sus sueños y con sus anhelos.

Mi papá me ha enseñado que no existe la edad en la que dejas de soñar, mi papá me ha enseñado a que la vida no es buena si es fácil pero que sólo existe una como para vivirla de mal humor; que debo ser libre pero también consciente, que debo ser fuerte pero también sensible, que debo correr pero no sin antes haber gateado. Mi papá, el hombre que lo único que me ha pedido es vivir. El hombre que sigue soñando despierto, el que disfruta la música como su única compañía, el que pretende devorar la vida como si de eso la suya dependiese, y lo hace la mayoría de las veces. O siempre.

Mi papá es poeta para mí, y si no lo es para el resto, me basta con las palabras bien formadas que me dice, llenas de paciencia, de amor y de experiencia; mi papá es músico para mí, y si no es para el resto, me basta con su voz segura y sus chiflidos durante su andar (o sus cantos desafinados en el auto). Mi papá es un curador para mí, y si no es para el resto, me basta con que sane mi corazón con uno o dos abrazos y un beso de más.

Mi papá es curioso y hambriento, y eso creo lo heredé de él. A veces encuentro su rostro en mi nariz y en mis ojos, a veces en mi tatuaje del brazo derecho: ‘siempre sé tú y libre’, dice. A veces lo encuentro en los libros o en las historias que mamá cuenta en son de recuerdo. Papá llama de vez en vez, pero está bien –aunque no baste– me llena el alma que me escuche, o escucharlo, o escucharnos.

Mi papá no me llena de lujos, sólo de palabras –con más valor– que seguramente me seguiré tatuando; mi papá me llena de amor, de compresión, de sabiduría, de consejos, de lecciones y de música. Y, siendo sinceros, no necesito más. Porque no hay mejor lujo, no hay mejor regalo que su libertad junto con la mía: no hay mejor lujo que haber sido su hija.

Mi papá es un hombre eterno y libre, es del mar y del aire, es de la vida y de la luz: un poco mío, pero más de sol. Un poco mío, pero más del café y de la última canción. Gracias, papito, por todo lo que te he aprendido. Dúrame esta vida y las que vengan.